“Er el Armenio, originario
de Panfilia. Este hombre, muerto en la guerra fue recogido a los diez días,
junto con los demás cadáveres ya corrompidos, pero estando él intacto.
Conducido a su casa para ser enterrado y dispuesto ya sobre la pira, volvió a
los doce días y dio a conocer a los presentes lo que había contemplado en el
otro mundo: Después de abandonar el cuerpo, dijo él, su alma se había puesto a
caminar con otras muchas hasta llegar a un paraje verdaderamente maravilloso,
en el que podía verse, en la tierra, dos aberturas relacionadas entre sí,
exactamente enfrente de otras dos situadas arriba, en el cielo. En medio se
encontraban unos jueces que, luego de emitir su juicio, ordenaban a los justos
que se dirigiesen hacia el cielo por el camino de la derecha, con un letrero
colgado por delante donde aparecía el fallo dictado; a los injustos, en cambio,
les obligaban a tomar el camino de la izquierda, hacia la tierra, y provistos
de otro letrero, colgado por detrás, en el que detallaban todas las acciones
que habían cometido. Cuando la vieron adelantarse, le dijeron que él habría de
ser mensajero para los hombres de todas las cosas que allí contemplase, en
razón de lo cual le invitaron a que oyera y observara lo que pasaba en aquel
lugar. Y, en efecto, vio cómo por cada una de las aberturas correspondientes
del cielo y de la tierra emprendían las almas la marcha, luego de haber sido
juzgadas, en tanto por la otra abertura de la tierra salían almas llenas de
suciedad y de polvo, y por la del cielo bajaban otras almas enteramente puras.
Todas daban la impresión, al llegar, de que provenían de un largo viaje, y
dirigiéndose con regusto a la pradera como si allí les esperase una gran
reunión, se saludaban unas a otras, cuantas eran viejas conocidas, y se
preguntaban mutuamente, las del cielo por las cosas de la tierra y las de
la tierra por las cosas del cielo…Cada alma sufría el castigo por las faltas
cometidas, de tal modo que por cada una recibía una condena diez veces mayor
que aquella y con una duración de cien años, que es el tiempo calculado para la
vida humana; con ello, el castigo de su delito quedaba multiplicado por diez, y
los causantes de gran número de muertes o traidores a las ciudades o a los
ejércitos, que pudieran haber entregado a la esclavitud, o cómplices de cualquier
otra calamidad, se veían atormentados por unos sufrimientos diez veces mayores
que los que habían cometido; cosa que en la misma proporción, se otorgaba a los
que habían sido justos y piadosos.”
(Platón, República, libro X, 614d)
LA COSMOVISIÓN DE LA RELIGIÓN HINDÚ
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